El reloj empezaba a ser el protagonista por pura oferta y demanda ya que quedaban pocos minutos.
Los alumnos, calculadora en mano, intentaban precisar la formula de la ternura.
Se ponía un hierro a cocer hasta que parecía una goma.
Se abrían los brazos enormes dispuestos a recibir sin juicio a todo aquel que no hiciera daño como un idiota, léase: sin saber porqué.
Y se calculaba con aproximación intuitiva mas allá de lo numérico.
La medición se establece en base a unos parámetros partiendo de la ilusión de que el mundo se rige por un sistema rígido.
Pero la intuición conoce que las reglas mutan a un ritmo que escapa al programa de paradigmas creado para la ruta de acción.
Una mano, hacedora de caricias, se atenta a un cuerpo.
Se calcula el dolor de la ausencia.
Y el dinero de las arcas del dolor de los pecados.
Cuando uno cae al campo astral de lo confuso y decide jugar a todas el misterio se vuelve falso porque es mezcla de inconsciente en vez de ojos y boca abierta a lo vital.
Y en esos cuentos y relatos donde la ternura se calcula con gráficas y se halla el punto de inflexión y se busca empatizarse con toda carne viviente.
Uno diseña su plan como el laberinto de juguete por el que el espectador recorre las trampas del tahúr.
Y es licito ganar dinero como la puta que da lo que promete, como el partido que sigue lo derecho o el manantial que entretiene mas no sacia.
A uno lo tratan como a un espectador, desde la tele al supermercado pasando por la triste iglesia. A uno lo tratan como a un ratoncito blanco, a todas horas, con esos colores llamando.
Como te tratas te encuentran y tal como preparas tu cebo capturas a una o a otra presa.
(…) Todo esta bien, las trampas ,de esta selva, son peleles para despertar nuestros resortes, para reactivar los pilotos automáticos , y obligarnos así con mas fuerza a tomar conciencia de que la calculadora y la ternura deben convivir sin querer tomar partido la una en la otra.
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